viernes, 1 de mayo de 2009

Blanco

Hacía calor afuera y ya se imaginaba otra tarde sin nada más que hacer. El viejo tendero se dirigió a la trastienda y dio los últimos retoques a su obra. Oyó el tintineo de las campanillas de la puerta y salió a atender. No vio a nadie. Bajó la vista. Tras el mostrador había una chiquilla de profundos ojos negros que le sonreía.

- ¿Qué haces?- preguntó la niña inocentemente.

- Construyo una bola de nieve -, respondió cortés.

- ¿Nieve? ¿Qué es eso?

- Agítala y lo verás...

La niña tomó la bola de cristal entre sus manos y con miedo la agitó. Decenas de puntitos blancos y brillantes se elevaron sobre el pueblo en miniatura y comenzaron a descender trazando un silencioso vals.

- ¡Me gusta la nieve! ¿Tienes más?

- Ahora no, pero si vienes pasado mañana tendré una nueva totalmente distinta.

- ¡Bien! ¡Adiós! - Y, entre risas, la niña salió corriendo de la tienda.


Pasó un día entero y, al siguiente, el anciano ya había terminado de construir una nueva bola de nieve, distinta a la anterior. Por la tarde, la niña entró en la tienda y quedó impresionada por el trabajo del hombre, quien le prometió que, por cada día que pasase sin que ella acudiera a la tienda, construiría una nueva. Así pasaron los días y, al menos dos veces por semana, la chiquilla pasaba por la tienda y alegraba al viejo con sus risas y anécdotas.

Pronto corrió la voz de que el viejo de la tienda de antigüedades era un verdadero artista y comenzaron a llegar compradores de todo el mundo, incluso la televisión fue a verle, pero a todos les dijo lo mismo:

- Estas bolas tienen una única dueña y por tanto no puedo hacer negocio con ellas...


Una tarde como otra cualquiera la niña entró en la tienda y muy contenta, antes incluso de que él pudiese enseñarle su nueva obra, le dijo:

- ¡Mis papás dicen que vamos a ver nieve de verdad!

- Me alegro mucho - contestó sincero el anciano.

- ¿Construirás más bolas hasta que vuelva?

- Claro, cariño, seguiré construyéndolas como hasta ahora, no te preocupes.


Y el hombre siguió trabajando alegremente en su trastienda ideando bolas cada vez más exquisitas. Y así pasaron los meses. Y la expectación por la obra del viejo se hizo tan grande que accedió a crear un pequeño museo donde poder compartirla con el resto del mundo. Y después los años. Y el hombre cada vez era más famoso y más rico, sin embargo nada cambiaba su expresión de aparente calma y afabilidad, mirando al infinito, como si esperase algo, algo que sabía que llegaría en cualquier momento.

Hasta que un día el hombre murió. Al día siguiente, en su entierro, todos miraron extrañados a una apuesta joven de ojos oscuros que lloraba apartada en un rincón y sólo le oyeron comentar:

- Apenas un día tarde. Lo siento.


Esa misma tarde la chica fue a hablar con el abogado diciendo ser la heredera de toda la obra del hombre y firmó un contrato por el cual todos los niños del lugar recibirían una vez al año una beca para poder ir con sus familias de excursión a ver la auténtica nieve.

Y la noche de aquel día será recordada durante generaciones y fue comentada a lo largo y ancho de todo el país. Cómo en pleno agosto, en un pueblo donde llevaban un siglo sin verla, la nieve cayó durante horas y cubrió todo el lugar con una espesa capa de magia blanca...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si es vuestro menester, dejad una opinión...