lunes, 5 de noviembre de 2012

Una mañana interesante


XLI
Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!
Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!
XLII
Dejé la luz a un lado, y en el borde
de la revuelta cama me senté,
mudo, sombrío, la pupila inmóvil
clavada en la pared.
¿Qué tiempo estuve así? No sé; al dejarme
la embriaguez horrible del dolor,
expiraba la luz y en mis balcones
reía al sol.
Ni sé tampoco en tan horribles horas
en qué pensaba o qué pasó por mí;
sólo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche envejecí.
LII
Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nube de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
G.A. Bécquer

domingo, 4 de noviembre de 2012

Desesperación

Y el hombre grita y golpea las pareces de la oscura celda que él mismo construyó.
Al principio fueron banalidades, pequeños detalles sin importancia, pero cuando la belleza, la alegría y la luz comenzaron resultarle dolorosas decidió hacer algo. Se enclaustró en una burbuja de autocompasión y pasó tres días con sus tres noches alternando el estudio de mohosos manuscritos con el escrutinio de su corazón y llegó a una dolorosa resolución. Debía encerrarse, encerrarse y esperar, quizá durante años, quizá durante una eternidad hasta que de alguna forma consiguiese recordar la manera en la que ordenar sus sentimientos.
Fuera de su celda, que se encuentra a los ojos de todo el mundo, nadie puede oírle gritar, ni puedo oír las oscuras palabras que, en los peores momentos, salen de su boca. Ese es el mejor escondite y el mejor lugar también para que si consigue limpiar su corazón, cualquier tipo de esperanza pueda encontrarle a él. Pues su oruga de colores murió y nunca volverá. Fue pisada por la enorme bota de la realidad y ningún tipo de magia pudo devolverle la vida.
Y ahí sigue, entre todos vosotros, con la garganta ardiendo de dolor, gritando sinsentidos y destrozando sus maltrechos nudillos.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La oruga de la esperanza

A veces, cuando todo parece perdido y te hundes en ti mismo, cuando cometes un error que te aboca a la destrucción, si tienes buen corazón puede que la oruga te visite. Aun en la más densa oscuridad su cuerpo refleja el sol con los mil colores de la esperanza. Aparecerá para mostrarte el camino, ayudarte a seguir adelante y decirte que no es tarde, que con su ayuda y tu fuerza de voluntad todo es posible. A pesar de todo, a veces, la oruguita se confunde y tropieza con una de sus cinco patitas falsas... Pues la esperanza es así, vital, impresionante, pero no siempre certera....

jueves, 1 de noviembre de 2012

Tarde


Ella era joven, vital y alegre. Era preciosa. Él, no pudo evitar amarla con todo su ser, y aprovechando sus recién descubiertos dones la cautivó usando bonitas palabras y miradas cargadas de significado. Todo era luz y color cuando ellos pasaban por delante. La risa siempre estaba dispuesta a bailar en sus labios y el hechizo parecía no tener fin. A él le gustaba mirarla en silencio cuando ella se distraía, pero ese silencio fue haciéndose mayor, y oscuro. Ella, al principio intrigada, después cada vez más preocupada, le preguntaba qué ocurría, cuál era el problema. Él sonreía, afirmaba que no era nada y callaba, siempre callaba. El silencio le fue engullendo y de ese silencio surgió un miedo aterrador, el miedo a perderla, el miedo a que si rompía ese silencio sin analizar muy bien sus palabras perdería lo único que para él tenía sentido, lo que le era más preciado, aquello que daba sentido a su vida. Se fue hundiendo más y más en su error, el silencio se volvió aterrador y por las noches las lágrimas inundaban los ojos de ambos. Él, aterrorizado, ella preocupada. Cuanto más le decía ella que se dejase llevar, que abriese su corazón, más se encerraba él en su laberinto de raciocinio y sinsentidos, más vueltas daba a las palabras que antaño con tanta destreza creyó dominar. Ninguno sabía de donde procedía esta maldición, pero una noche ella no pudo más. Abrió la ventana, miró a las estrellas y les prometió que volaría con ellas, que buscaría la felicidad aunque para ello tuviese que sufrir primero. Al mismo tiempo él estaba teniendo un sueño revelador, llegaba al mismo centro de su laberinto de oscuros y espinosos silencios, de todas las palabras importantes que nunca llegó a decir desangrándose entre espinas, y allí encontraba su corazón, con una bonita puerta en él. La puerta era de un mármol claro y a través de sus rendijas se veían intrincados mecanismos de relojería. Tras pensar un rato exclamó:
-¡No hay ninguna combinación! Ese es el secreto.
Y sin ningún esfuerzo, tiró del pomo y abrió su corazón. Una cálida luz dorada emanó de su interior, con cada latido se adentraba más en el laberinto, y del espinoso silencio brotó un bosque que elevó las palabras hacia el cielo.
Abrió los ojos, lleno de gozo por el descubrimiento, pero le duró poco, el hueco que encontró en la cama junto a él le hizo sentir una sensación de pánico enorme y comprendió que había llegado tarde. Lo había perdido todo en la búsqueda de un secreto que no existía.
Se asomó a la ventana y les contó a las estrellas todo aquello que no había dicho, con la esperanza de que la encontrasen y aun no pudiendo reparar su error, le diesen las gracias por haber luchado tanto tiempo y haberle ayudado a conseguirlo. Entre sollozos, terminó con un Te quiero.
Algo en el alfeizar llamó su atención. Una pequeña oruga, con más de mil colores y cinco patas falsas le miraba con ojos tristes. La cogió y le susurró algo que nadie pudo oír.
Al alba ya se hallaban muy lejos de allí, de bosque en bosque, incansables. Quizá hayas oído alguna historia del Narrador de los Bosques, su oruga de colores y su eterna búsqueda....



A veces la precaución y el raciocinio son una maldición, cuando nublan los impulsos del corazón. Si mi historia ha llegado a tiempo, por favor, caminante, no cometas el mismo error, camina con tu corazón abierto y nunca te arrepentirás. Yo he de seguir mi camino, contando esta historia, intentando así extender la luz y que nadie cometa el fatal error. Pues se lo juré al anciano errante y a su pequeña oruga, una vez que me salvaron la vida.