jueves, 2 de enero de 2014

No todos los finales son felices

  Ha perdido la cuenta de los kilómetros y las horas, apenas nota ya el dolor en sus pies y si sabe que no ha perdido el bastón es porque lo oye chocar con el suelo, pues sus dedos perdieron toda sensibilidad a causa del frío. Marcha a trompicones, entre cabezadas, luchando contra el sueño y el agotamiento. Piensa lo fácil que sería rendirse, abandonarse al cansancio en una cuneta y reposar. Sí, parar un momentito no le haría ningún mal. Aquel árbol de allí parece particularmente cómodo... Apoya la espalda y mira al cielo; las estrellas titilan y él piensa en el hogar. En que no puede entretenerse pues la mayor recompensa le espera en casa. Fantasea ya con el momento. Entrará sin hacer ruido, para no despertarla, dejará con cuidado el bastón, el sombrero y el abrigo en el perchero y cuando se gire... un pequeño sobresalto. Ella estará ahí plantada, con su sonrisa traviesa y una mirada entre triunfal y divertida, como cada vez que se acerca sin ser vista. Él la besara y ella, tras un pequeño encogimiento de hombros le devolverá el beso...
No puede esperar más, ¿por qué descansar ahora? apenas una hora más de camino y podrá descansar junto a ella.
  Empieza a tararear una alegre canción, un vano truco para infundir aún más voluntad a su marcha, y emprende la caminata con tesón.
  Divaga, ha sido un largo viaje lleno de contratiempos y sorpresas. Fue enviado para cubrir la fiesta de un excéntrico noble en un castillo remoto, dinero fácil, pero nada fue como se esperaba. Fuerzas siniestras y oscuras conjuras se cernieron sobre los invitados y los pocos supervivientes tuvieron que volver por sus propios medios. Hacía una jornada se había despedido del último de ellos, un joven cochero que pese a todo no había renunciado a su buen humor. Sin embargo, desde su despedida, no para de pensar en las últimas palabras que oyeron mientras huían:
  "Rendíos al descanso eterno junto a mí u os veréis luchando por perseguir un destino que nunca podréis alcanzar"
Por más que cavila no logra verle un sentido claro a la supuesta maldición,  pero algo en su interior le dice que algo oscuro ha ocurrido....
  Una hora... ya tendría que ver las luces de las casas, sin embargo solo hay árboles frente a él. Se gira y cual es su sorpresa cuando ve que el árbol en el que se había recostado estaba a apenas veinte metros de donde se encuentra. Con horror descubre que la luna y las estrellas ya no están en el cielo que ahora es gris. ¿Cómo ha podido amanecer tan deprisa? Dudoso y con el pulso tambaleante tarda en acertar a sacar el reloj del bolsillo y cuando lo hace su temor se torna horror. Su mano, otrora joven y delicada, es ahora la mano esquelética y manchada de un anciano...


  Y tras esto voy a innovar, ahora una pequeña reflexión, sí, podéis dejar de leer aquí si no os interesan mis desvaríos....
 La entrada se iba a titular "No todos los finales son felices así que más nos conviene disfrutar mientras dure la historia", pero he pensado que era demasiado largo y pedante y mejor ponerlo aquí abajo como comentario. No es que esté fatalista ni nada por el estilo, en estos momentos me considero bastante- si digo sumamente alguien puede decir que exagero, si es que hubiese un público leyéndome, o incluso atribuirse el mérito y que se le subiera a la cabeza (guiño, guiño)- feliz.