Dos horas antes del amanecer ya estaba frotando su deslustrada armadura e intentando afilar la antigua y embotada espada que heredó hace tantos años. Las velas se van consumiendo según se eleva el sol y su corazón rebosa dudas. Lo que al principio era impaciencia y decisión se torna, ahora miedo, otrora pesimismo. En la pared de enfrente, colgando de un clavo demasiado grande, un cuadro llama su atención. Un puente sobre un gran río, bajo una noche sin estrellas.
Una alegre risa, fruto de un recuerdo cercano arropa su corazón y resuelto como nunca lo ha estado aparta la silla de un empujón, enfunda la espada y se pone el oxidado peto. No tiene un caballo sobre el que montar, pero hace un día maravilloso para caminar y tarareando una antigua canción, sobre hadas y sus engaños, emprende camino hacia el norte.
Una buena historia merece un buen principio; y se encargará de que este merezca la pena.
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