Ella era joven, vital y alegre. Era preciosa. Él, no pudo evitar amarla con todo su ser, y aprovechando sus recién descubiertos dones la cautivó usando bonitas palabras y miradas cargadas de significado. Todo era luz y color cuando ellos pasaban por delante. La risa siempre estaba dispuesta a bailar en sus labios y el hechizo parecía no tener fin. A él le gustaba mirarla en silencio cuando ella se distraía, pero ese silencio fue haciéndose mayor, y oscuro. Ella, al principio intrigada, después cada vez más preocupada, le preguntaba qué ocurría, cuál era el problema. Él sonreía, afirmaba que no era nada y callaba, siempre callaba. El silencio le fue engullendo y de ese silencio surgió un miedo aterrador, el miedo a perderla, el miedo a que si rompía ese silencio sin analizar muy bien sus palabras perdería lo único que para él tenía sentido, lo que le era más preciado, aquello que daba sentido a su vida. Se fue hundiendo más y más en su error, el silencio se volvió aterrador y por las noches las lágrimas inundaban los ojos de ambos. Él, aterrorizado, ella preocupada. Cuanto más le decía ella que se dejase llevar, que abriese su corazón, más se encerraba él en su laberinto de raciocinio y sinsentidos, más vueltas daba a las palabras que antaño con tanta destreza creyó dominar. Ninguno sabía de donde procedía esta maldición, pero una noche ella no pudo más. Abrió la ventana, miró a las estrellas y les prometió que volaría con ellas, que buscaría la felicidad aunque para ello tuviese que sufrir primero. Al mismo tiempo él estaba teniendo un sueño revelador, llegaba al mismo centro de su laberinto de oscuros y espinosos silencios, de todas las palabras importantes que nunca llegó a decir desangrándose entre espinas, y allí encontraba su corazón, con una bonita puerta en él. La puerta era de un mármol claro y a través de sus rendijas se veían intrincados mecanismos de relojería. Tras pensar un rato exclamó:
-¡No hay ninguna combinación! Ese es el secreto.
Y sin ningún esfuerzo, tiró del pomo y abrió su corazón. Una cálida luz dorada emanó de su interior, con cada latido se adentraba más en el laberinto, y del espinoso silencio brotó un bosque que elevó las palabras hacia el cielo.
Abrió los ojos, lleno de gozo por el descubrimiento, pero le duró poco, el hueco que encontró en la cama junto a él le hizo sentir una sensación de pánico enorme y comprendió que había llegado tarde. Lo había perdido todo en la búsqueda de un secreto que no existía.
Se asomó a la ventana y les contó a las estrellas todo aquello que no había dicho, con la esperanza de que la encontrasen y aun no pudiendo reparar su error, le diesen las gracias por haber luchado tanto tiempo y haberle ayudado a conseguirlo. Entre sollozos, terminó con un Te quiero.
Algo en el alfeizar llamó su atención. Una pequeña oruga, con más de mil colores y cinco patas falsas le miraba con ojos tristes. La cogió y le susurró algo que nadie pudo oír.
Al alba ya se hallaban muy lejos de allí, de bosque en bosque, incansables. Quizá hayas oído alguna historia del Narrador de los Bosques, su oruga de colores y su eterna búsqueda....
A veces la precaución y el raciocinio
son una maldición, cuando nublan los impulsos del corazón. Si mi
historia ha llegado a tiempo, por favor, caminante, no cometas el
mismo error, camina con tu corazón abierto y nunca te arrepentirás.
Yo he de seguir mi camino, contando esta historia, intentando así
extender la luz y que nadie cometa el fatal error. Pues se lo juré al anciano errante y a su pequeña oruga, una vez que me salvaron la vida.
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