Triste gris, verde intenso. Inmensos titanes dormidos, son la guardia de honor de la alegre serpiente translúcida que corre y salta entre las rocas, amparando en su ser a las hijas de las nubes, pequeñas, risueñas y brillantes, que se dirigen a su inminente destino. Ante su asalto: liebres, cerbatillos y gnomos se cobijan bajo serios guardianes de corteza negra y gris, áspera, y tiernas manos verdes. Aves e insectos, dirigidos por el silencio y con el cierzo a cargo del viento dulce componen una eterna y maravillosa sinfonía.
Y entre tanto prodigio, una luz inmensa, el centro de mi universo, corre y chapotea en los charcos del pedregoso camino. Cayado en mano, mirada traviesa y sonrisa imperecedera.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
"Triste gris y verde intenso", tras esa primera impresión, un amarillo vivaz que se confundía con el malva, el morado y quizá un poco de azul templado a la sombra de las raices de los árboles más viejos, se escondía junto a las rocas. Pequeños seres, no más grandes que la palma de mi mano, danzaban alborotados por nuestra presencia. El intenso frescor de un agua cristalina brotaba de lo más alto para enredarse en las rocas hasta llegar a una calma rota por el canto de las aves que merodeaban por la zona. Por eso y por tu latir, por tu constante alegría. Callado admirabas una porción de cielo y mirabas el verdor del paisaje con una intensa sonrisa capaz de rasgar el cielo, abrir una brecha en el tiempo y hacerlo eterno y maravilloso.
ResponderEliminarP.D.:qué bien sabes explicar cierta torpeza a la hora de entablar amistad con el barro, chaaapotear dice ^^.
Otra vez aquí...he intentado que fuese un cuento (siento las posibles faltas, la falta de imaginación y la repetición de cosas, el no leer lo suficiente hace mella...). Bueno, ahí voy:
ResponderEliminarOnce preciosas maravillas dijo el niño ciego.
- ¿Pero como...?
- Sencillo, atraviesa el bosque y pregunta por un enano barrigón a quien encargaron un anillo de hacero puro y noble, él te dará un tesoro como se lo dio a aquel joven, después sigue la senda por la parte sur que lleva al río, allí verás un triste dragón atrapado en su propio llanto. Róbale el corazón con lo que este enano te dio. Y una vez conseguido semejante don, surca en el agua la sonrisa fresca, joven y constante de una fantasía, de un recuerdo de un sueño, de un amor cálido, desconocido y lleno de brillo con las gotas de rocío que caen del órgano de la bestia. Una vez hecho esto, sal corriendo del agua...
- ¿Pero...?
- Hazlo y déjate llevar.
El niño, tomó un gesto serio, se encorbó y su cuerpo envejeció rapidamente. Callado en mano, retomó su camino.
La receptora de estas palabras corrió por las colinas, se aventuró en aquellos bosques dónde árboles, ninfas y algún que otro duende cantaban junto al viento una antigua canción de libertad. Salió de allí tan rápido como pudo. No se detuvo, consiguió algo envuelto en una bolsita de piel de carpincho, y finalmente, llegó a aquella rivera. Andó unos pasos y se topó con aquel cuerpo petrificado. Tras largas horas intentando hacer que esa estatua se moviera, sentó su cuerpo y miró la escultura. Entre esto y lo otro, topó con sus ojos. Seguía siendo piedra pero la joven, sintió que esos ojos la observaban. Abrió la bolsa como último recurso para despertar a la bestia, pero no había nada. Vacía. No lo entendió. Nerviosa, tiró la bolsa al agua y en cuestión de segundos, antes de que levantase la vista, la pétrea figura desapareció. Se levantó con temor, curiosidad y dudas. No sabía qué había ocurrido. Cuando las aguas se calmaron, esta, se agachó y se adentró a mirar el reflejo. Su corazón latía con fuerza, como trece cañones sonando al unísono. Allí estaban, esos mismos ojos marrones. Intensos, con pequeñas manchas más oscuras. Los ojos de aquel dragón lucían bajo el agua. Era distinto, ya no tenían esa marca de tristeza, era algo vivo, alegre, curioso, algo que la movía a adentrarse en las aguas de aquel lugar. Poco a poco, el sol, cálido amante del fuego irradió sobre la superficie del rio. Brilló con fuerza y cegó a la chica durante unos segundos. Miro de nuevo y ya no estaba. Ésta sonrió y miró inquieta hacia alante y hacia atrás, miró a su derecha y a su izquierda, intentó divisar cualquier prueba de que todo había sido real, buscaba hallar al dueño de esos ojos...
Pasaron los días, y no hubo exito. Cada mes, la joven, esperanzada, hacía una pequeña visita al rio para hablarle a las aguas de su sueño.
Uno de esos días, estaba tumbada al sol, esperando el momento de emprender la vuelta y un muchacho, cabello oscuro y rizado, envuelto en tela verde y reflejos malvas y fuertes morados, se acercó a ella.
- Creo que esto es tuyo.
Portaba en su mano aquella bolsa que tiró al río. Ésta, desconcertada, miró su mano y tomó la bolsa. Levantó la cabeza, irguió su cuerpo y miró los ojos del joven. El latir de su pecho se aceleró bruscamente, sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Se identificó con aquella mirada y notó que aquella sonrisa ardía en su pecho y se grababa a fuego lento... poco a poco, sin tan apenas dejar paso al tiempo... Era él, el dragón. Lo había encontrado. Eran sus ojos, aquellas motas en el iris. Su expresión... Era todo lo que había soñado.