domingo, 21 de junio de 2009

Niebla

Hace muchos siglos, cuando este bosque aún era joven y los rayos del sol podían campar a sus anchas por su lecho, cuenta la leyenda que aquí moraba un ser de una pureza extraordinaria.
Se dice que la luz del astro rey se reflejaba con renovada intensidad en su nívea desnudez y que en su mágica mirada se ocultaban el conocimiento y la belleza. Vagaba por el bosque, danzando entre alegres carcajadas y cantando sus sueños a los árboles para que creciesen altos y fuertes.
Por aquel entonces aún quedaban en el mundo unos pocos guardianes de historias. Estos eran hombres eruditos que se dedicaban a observar el mundo desde sus castillos de nubes para anotar todo cuanto ocurriese y que tenían prohibido involucrarse en el mundo que observaban.
Cuentan que, desde lo alto de su castillo, uno de estos eruditos, mientras observaba atento con su catalejo el bosque, la vio pasar por un claro y que aún a cientos de metros de distancia sus miradas se cruzaron. En el corazón de él quedaron grabados dos profundos ojos marrones con unas misteriosas circunferencias verdes, en la cara de ella su sonrisa brilló con más luminosidad.
Pero el destino, caprichosa cortesana, quiso que en ese instante soplase con fuerza el viento y arrastrase el castillo lejos de allí. Pasaron las semanas y el guardián siguió con su meticuloso trabajo a pesar de que su corazón cada vez le resultaba más pesado y una extraña fuerza le oprimía el pecho. En el bosque los árboles comenzaron a entretejer sus ramas para no dejar pasar el sol, pues sentían pena por aquella que ahora cantaba tristes baladas y no querían que volviese a sufrir daño alguno.
Un día las corrientes acercaron el castillo de nubes a una tenebrosa montaña y el guardián observó preocupado cómo una anciana montaba en una escoba y se acercaba volando a él.
-Anciana, conocéis el pacto. No se os permite estar aquí.
-Jajaja. Los pactos son solo palabras, y las palabras no pueden atarme triste humano. Vengo a ofrecerte un trato. Revelame vuestro secreto mejor guardado, el don del tiempo, y a cambio te concederé aquello que tu corazón anhele con más deseo.
-Hace muchísimo tiempo que mi corazón dejó de sentir nada. Me debo a mi trabajo y por ello jamás te revelaré el secreto.
-¿Tan seguro estás? Ven, mira en mi bola, ella te mostrará tu corazón, si me dices que no ves nada me marcharé por donde he venido, sino haremos nuestro negocio.
El hombre buscó en el interior del cristal y se descubrió mirando a unos profundos ojos marrones con circunferencias verdes. No pudo disimular una sonrisa, aunque titubeando dijo:
-No veo nada.
-Mientes, pero da igual. Al mirar en el cristal has aceptado el trato, así que yo cumpliré mi parte y tu estas obligado a cumplir la tuya. Diez días de cada mes, estas nubes en las que moras descenderán sobre aquel bosque. Y entre esta niebla podréis disfrutar de vuestro amor. Mas recuerda, tú eres un guardián y para lo que es ella no hay palabras, no puedes abandornar tu castillo y sin ella el bosque moriría.
-¡No quiero que me ame por un embuste, por un encantamiento!
-Chiquillo inocente. La magia puede hacer miles de cosas, incluso engañar a la muerte, pero no puede con la mayor de todas las fuerzas. Esa parte os corresponde a vosotros. Disfruta de tu regalo, yo te prometo disfrutar del mío.
Y entre risas la anciana se esfumó no sin antes llevarse en un pergamino el secreto que andaba buscando. Al día siguiente el guardián despertó entre árboles, apenas veía aquello que alcazaba a tocar con la punta de los dedos entre la niebla. Oyó un triste cantar y se dirigió hacia él. Esquivando árboles y tropezando con raíces llegó a un claro del bosque donde volvió a verla. Estaba tumbada, haciendo dibujos en la superficie del lago con la palma de su mano y al oírlo acercarse se giró rápidamente y lo miró a los ojos. Una sonrisa, casi infantil, iluminó su cara y corriendo se lanzó entre sus brazos. Esa mañana abrazos, besos y caricias inundaron de felicidad el bosque, los árboles desenredaron sus ramas, y los rayos del sol hacían brillar la tenue niebla. Al poco tiempo él notó una extraña necesidad y salió corriendo en busca de pluma, tinta y papel.
Obras maravillosas surgieron de su recién descubierta vocación. Junto a ella escribió poemas que derretían el alma de cualquier mortal, canciones que hermanaban reinos enemistados durante generaciones y cuentos que transportaban a niños y mayores a reinos donde ni la imaginación podía llegar.
Así pasó el tiempo y ambos disfrutaron de la felicidad y la seguridad que su unión les ofrecía. Él escribía todo aquello que su alma le pedía y ella trazaba dibujos en el aire, el agua y las rocas. Un día ella le cogió de la mano y le pidió por favor que le mostrase el mundo del que tanto le había oído hablar. Él sabía que no podían abandonar ese lugar, pero no podía defraudarla, no podía imaginar que la esperanza escapase de aquellas verdes circunferencias. Así que, con las palabras de la anciana bruja resonando en su cabeza, la cogió de la mano y juntos salieron de la niebla y del bosque.
Nadie sabe con certeza qué ocurrió después, pero la prueba de que todo esto es cierto la tienes ante tí. Diez días de cada mes este bosque es inundado por la niebla, pues aunque ellos ya no estén el hechizo que fue lanzado sobre el castillo aún perdura. Sólo una vez oí contar esta historia con un final más concreto y este decía que nada más cruzar el umbral del bosque los dos se convirtieron en mortales y que disfrutaron de una vida feliz el uno junto al otro, recorriendo el mundo, sus valles, sus costas, recopilando y contando historias y canciones. Son muchos los testimonios sobre una extraña pareja que recorrió esta zona, se dice que él contaba historias que hacían soñar mundos mejores y que ella era capaz de dibujar los sueños. Pero lo que más sorprendía a todos era que quienes aún no sabían lo que era descubrían el significado de la palabra amor solo con verlos juntos.

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